Me siento como Elizabeth en Prozac Nation. Sólo que una más moderna.
Frente a la laptop, arrancando hojas imaginarias. Haciéndolas bolitas en mis manos y tirándolas sobre el piso. Nada de lo que escribo me convence o tal vez ya lo estoy empezando a hacer por obligación. Mi cerebro tiene ganas de producir y mis manos, de escribir pero no sé qué exactamente.
¿Qué hago? ¿Empiezo a crear historias macabras? ¿Algo que me llene de adrenalina? Empezar a escribir en tercera persona podría ser una opción. Escribir sobre todas las personas que se han cruzado en mi vida cambiándoles de nombre podría ser otra buena opción. A veces creo que tengo ganas de volver a ser esa misma víbora venenosa que soltaba la lengua sin temor a ser atrapada.
Pero no quiero caer en lo mismo. No quiero retroceder y creer que todo gira en función a mi. Eso se lo dejo a los amargados y egocéntricos.
Volver al pasado es una tentación que siempre está allí. Como si se tratase de mi segunda personalidad. Y yo no pretendo beber del mismo vaso.
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