Ella, sin nombre y apellido, pasa los días entre entrevistas de trabajo, películas y crisis de ansiedad.
Ella coge lapiceros y traza lineas, llamadas palabras, en un cuaderno que solo ella entiende. Sin nombre y apellido se traga la angustia de antaño, aquella peor a la del 2012.
Todos los días son como furcias malditas. Realizan su rutina a cambio de un pago en efectivo de ansiedad. Le pone sal y pimienta a sus lagrimas, cada vez que los demonios la acechan y le hacen recordar que aquel monstruo vendrá a enloquecer su cabeza. Sin nombre y apellido es catastrófica
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